El protocolo IP es el lenguaje de las telecomunicaciones digitales. Antes de su aparición en 1974 con la primera aproximación a la transmisión de paquetes de datos por parte de los ingenieros Cerf y Kahn, la comunicación se establecía entre personas y era fundamentalmente por voz humana, un notable avance en relación con el telégrafo. A mediados del siglo pasado la conexión de los grandes ordenadores a sus terminales, a través de circuitos dedicados principalmente para servicios financieros y otros necesitados de verificaciones instantáneas supuso un cambio de paradigma. Los ordenadores personales podrían llegar a conectarse entre sí cuando pudieran compartir un protocolo accesible a un recurso tan limitado. El impulso del Gobierno de los Estados Unidos a la interconexión de dispositivos con una identificación individual (dirección IP) reconocible al modo que lo son los números de abonados telefónicos para facilitar en su momento la colaboración entre centros de investigación distantes entre sí hizo posible el nacimiento de un sistema de intercambio de información que cuenta actualmente según el ranking de CAIDA (Center for Applied Internet Data Analysis de la Universidad de California en San Diego) con cerca de 2.950 millones de direcciones IP, con un potencial prácticamente ilimitado toda vez que en la llamada "versión 6" del protocolo IP se contempla una numeración hexadecimal, con 32 dígitos. Por otro lado, la profusión de aplicaciones para comunicaciones de voz y datos, fijas y móviles, ha propiciado la nueva forma digital de comunicación, entre personas, con las máquinas y entre las máquinas, posibilitando y generando una demanda explosiva de datos para su control, procesamiento y transformación en decisiones (consecuencia de una previa automatización) o propuestas de decisiones en todos los ámbitos.
La confluencia de la computación y la comunicación, representada por la integración de las nuevas redes (de fibra óptica hasta el usuario final, de 5G conectando dispositivos autónomos en movimiento de creciente sofisticación) con las nuevas capacidades virtuales de procesamiento y almacenamiento de la información en infinidad de ubicaciones, creando una realidad lógica superpuesta a la sustancia física y resultando en nuevos escenarios de concurrencia para la satisfacción de las nuevas demandas de servicios. Los titanes de Internet, que son de lejos los principales proveedores de computación "en la nube" ("cloud" en inglés) en los que se apoya todo un conjunto de empresas dedicadas al software de negocios, en sus diversas vertientes de operación, comercial y de recursos (finanzas, recursos humanos y aprovisionamientos) están cerrando alianzas con los operadores para crear una oferta comercial híbrida, que combine conectividad e informática, con una simbiosis de capacidades y medios que sirvan tanto a la empresa unipersonal como a la gran multinacional. Para una y otra la gestión segura y eficiente de los datos, especialmente los de terceros, es una exigencia insoslayable que demanda procedimientos y protecciones definidos en el plano normativo y de implementación no exenta de dificultades. Adicionalmente, en Europa se está desarrollando una figura de "nube de confianza" sobre ciertos valores y atributos que garantizan un tratamiento diferenciado y geográficamente determinado para los datos personales, en primer lugar para las administraciones públicas, operadores de vital importancia (de infraestructuras críticas singulares), de servicios esenciales (sanidad, servicios públicos básicos) y eventualmente para aquellas empresas y particulares que se adhieran al concepto de "soberanía digital", inspirado en el proyecto franco-alemán de "Gaia-X". En España participa en el proyecto de momento exclusivamente la firma Gigas. En todo caso, estas nubes de confianza están basadas en funcionalidades y capacidades de las grandes nubes públicas, en el caso más reciente de "Bleu", la recientemente promovida por Orange y Cap Gemini en Francia, de la mano de Microsoft "Azure".
En los entornos 'clouds' reside la inteligencia de las redes
Más allá de imperativos de orden público y de sostenibilidad en las infraestructuras de telecomunicaciones, la digitalización de procesos y la virtualización de recursos hace que en las nubes resida la inteligencia de las redes y que la evolución de estas dependa de las nuevas funcionalidades de aquellas, a través de las cuales se hace realidad el empleo de capacidades de inteligencia artificial y realidad virtual que están revolucionando el tejido económico y las fuentes de riqueza de los países en que se están adoptando, primeramente Estados Unidos y China (con modelos de aplicación radicalmente opuestos en razón del control de los datos y de la autorización previa de las herramientas en China) e inmediatamente en Europa, donde la financiación asociada al programa Next Generation EU y su gemelo británico Build back better, sufragarán la rápida extensión de esta combinación imponente de conectividad y sistemas de información que siquiera hace una década era inconcebible.
Los titanes de Internet lo han visto antes que los propios operadores. En este sentido, anticipando la difusión de la tecnología 5G, el líder de las nubes públicas, Amazon AWS, a través de soluciones convencionales como Wavelength para la integración de la computación de proximidad al lugar donde se generan y se emplean los datos ("MEC" o "edge computing" en inglés) con las redes de acceso móviles y Outpost para la gestión de los elementos de tales redes, con procesadores de diseño propio, es fundamental para la gestión y optimización de mallas cada vez más densas por el número de elementos que contienen y por la amplitud del rango de espectro en que operan, realizando con tal eficiencia los procesos de segmentación y automatización asociados a las redes que un operador norteamericano que tiene previsto su próximo lanzamiento, DISH, ha manifestado su intención de alojar todos sus recursos de gestión de su red en la nube y parecería que el operador de Telefónica en Alemania, o2, estaría avanzando en la misma dirección.
Si tenemos en cuenta que la misma nube da servicio a proveedores de comercio electrónico, mensajería instantánea o redes sociales -a los que el usuario está suscrito prácticamente desde que disfruta de conectividad, en ocasiones subvencionada a través de los planos móviles de "consumo cero"- se completa un conjunto de vinculaciones entre las nubes y los clientes de telecomunicaciones que pueden resultar en el desposicionamiento y eventualmente en la banalización del operador de red tradicional, que en una abrumadora última instancia se limitaría a ser el titular de la infraestructura física, las licencias de operación y el comercializador de servicios de valor añadido de terceros a clientes finales, particulares o corporaciones, a merced de la demanda inducida por la constante transferencia de procesos de negocio y administrativos a las nubes. Perspectiva inquietante, especialmente cuando los niveles de penetración de la banda ancha apenas tienen recorrido y la audacia competitiva de los operadores virtuales araña sin pausa cuota de mercado a los operadores de redes.
En última instancia, ¿por qué servicios digitales pagarán los clientes, individuales y corporativos? Desde el momento en que las personas prácticamente no nos separamos de nuestro ordenador personal (o sea, el teléfono móvil) y a través del mismo accedemos ininterrumpidamente a información de nuestro interés, generamos información de interés para otros, realizamos transacciones de la más diversa índole y participamos en grupos de interés de complejidad variada, todo ello creando una memoria propia -descomponible en datos clasificables y asociables con fines de interés propio pero también en contra del mismo- residente en soportes inmateriales y la noción de la comunicación entre personas como fuente de conocimiento y decisión pasa a un plano secundario, la expectativa de los clientes se ha transformado de tiempo y calidad de conexión a las fuentes de información que alimentan la memoria digital propia, una memoria abierta y activa, dinámica, productiva y potencialmente perpetua.
La multiplicación de dispositivos conectados (la llamada "Internet de las Cosas") marca definitivamente la reorientación hacia demandas de conectividad inteligente, que requiere el procesamiento inmediato de informaciones, desde la simple ubicación de una baliza de emergencia en una carretera, como ha anunciado en España Vodafone en colaboración con la DGT hasta la tupida sensórica y complejísimos algoritmos de conducción asistida de los futuros vehículos autónomos, que podrán finalmente llamarse con razón, "automóviles" no solo por su propulsión independiente si no además por su propio guiado, como auténticos robots en movimiento. Las infraestructuras necesarias para ofrecer tales servicios móviles con velocidades próximas a 1 Gbps -multiplicación del número de antenas, incluso en interiores y una transmisión de mayor caudal, basada en redes de fibra óptica- y centros de procesamiento de datos de diferentes jerarquías, se están desplegando ya aprovechando recientes esfuerzos de inversión por parte de los operadores, que en algunos casos financieramente exhaustos están a su vez vendiéndolos a inversores con los que conciertan acuerdos de uso de largo plazo, de modo que se accede a un volumen mayor de fondos, incluso de titularidad pública especialmente cuando se trata de dar cobertura a zonas despobladas y por ello desatendidas o con un proveedor de servicios único.
Estas nuevas redes en las nubes (para el acceso móvil se habla de la "nube de la radio" o "C-RAN" en el acrónimo en inglés) son desde su diseño más eficientes y en consecuencia más respetuosas del medio ambiente que las anteriores, no solo por el menor consumo energético y progresivamente por alimentarse de fuentes de energía limpia si no por el menor empleo de elementos basados en industrias extractivas. En última instancia, en la medida en que las intervenciones directas se reducen significativamente y la gestión se automatiza, requieren personal más cualificado y por ello con niveles retributivos superiores al tradicionalmente asociado a las labores de operación, mantenimiento y supervisión de redes, si bien en número sustancialmente menor. Mientras en la Unión Europea se debate encomiablemente sobre la soberanía digital y la necesidad de una inteligencia artificial basada en principios éticos, la creación de registros digitales continúa ininterrumpida y el consumo de datos y los repositorios de información crecen exponencialmente, reclamando un modelo de operador de telecomunicaciones que aúne conectividad e inteligencia al servicio de sus clientes, economías de escala, adaptabilidad y fiabilidad, incluso en circunstancias imprevisibles. Ese nuevo operador no conoce fronteras. Es realmente global, como lo son WhatsApp de Facebook, Zoom, Meet de Google, Chime de Amazon o Teams de Microsoft. El tamaño de estas compañías no les impide seguir creciendo, en geografías donde llevan mucho tiempo establecidos y en países a los que llegaron más recientemente, ni competir localmente en función de la diversidad de culturas, las propensiones de compra y de las características de cada mercado.
El operador de telecomunicaciones del futuro probablemente aunará capacidades técnicas dispersas y atenderá las necesidades de quienes emplean Internet para vender y para quienes lo emplean para comprar; para enseñar y para aprender; para curar y para ser curado; para informar y para estar informado. Será más difícil hablar de una pirámide de responsabilidad y negocio, basada en la infraestructura, los sistemas y el valor añadido (aplicaciones, contenidos). Los conceptos de ingresos, los costes necesarios para obtenerlos y las inversiones en capital humano y técnico se verán alterados por fórmulas ya ensayadas, como la suscripción o el pago por uso y tal vez sean indistinguibles de los negocios asociados a los dispositivos y no tanto por su realidad física si no por las posibilidades que ofrezcan sus sistemas operativos.
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